Carme Gil es profesora del Departamento de Dirección de Personas, directora del programa Desarrollo Directivo – PDD y coordinadora del servicio de Coaching de EADA
Me gustaría empezar este artículo con una reflexión sobre el coste que comporta no impulsar y fomentar valores en una empresa u organización. Sin duda, seleccionar e incorporar valores nos permitirá ser más autónomos o emancipados en nuestras elecciones como seres humanos, culturales y sociales. Los valores nos permiten desarrollarnos acorde a nuestro propósito existencial y profesional, pues nos ofrecen un elenco de alternativas para vivir una vida plena, con sentido coherente con quiénes somos. Los podemos definir como nuestra brújula interior, como una guía que nos indica la elección del camino adecuado, si nuestra actuación es acertada o no. Además, conforman nuestra identidad y esencia como seres humanos, nos ayudan a ser congruentes, consecuentes con nuestros ideales, nuestras emociones y, en definitiva, con nuestro sentido de pertenencia a la vida.
Los valores son el verdadero tesoro de cualquier ser humano. Hablar de valores es saber otorgar un peso diferente según cada individuo en función de lo que decidimos priorizar o conceder a cada uno, desde el aporte de plenitud y satisfacción que nos aportan.
Una organización sin valores es un barco a la deriva
Por otra parte, los valores nos posibilitan crear relaciones y asociaciones de personas unidas con el firme convencimiento de crear una nueva realidad colectiva. Extrapolando esta idea a las organizaciones conseguiremos prácticas directivas desde la ética, en las que el poder que tiene el dirigente no manche ni ciegue los comportamientos que deberían estar avalados por la honestidad, la transparencia y el rigor.
Linda Hill expone lo siguiente: “Todos los directivos influyentes tienen poder, pero no todos los directivos poderosos tienen influencia”
No fomentar los valores será un síntoma claro de vivir en una especie de ciudad sin ley, sin normas por las que regirnos, sin actuaciones ni pautas correctivas. Cuando una organización no clarifica, ni comunica los valores -que constituyen una especie de ADN de la compañía- el impacto se ve en la falta de unificación de prácticas internas, cumplimiento de normas, dispersión en cuanto a actitudes esperadas, mal clima laboral e insatisfacción de los colaboradores. En líneas generales impide disponer de significados para conferir una realidad común compartida por todo el colectivo.
Una organización que no se emplea en difundir y predicar los valores con los que se identifica puede incurrir por cauces distintos al origen de la creación y sentido de la propia empresa.
Peter Senge nos dice cómo hacer avanzar las organizaciones por el camino del conocimiento. La esencia del aprendizaje de las organizaciones implica no sólo el desarrollo de nuevas capacidades, sino también cambios mentales fundamentales, tanto individuales como colectivos. Esto es fundamental para cualquier directivo que tiene la responsabilidad de influir a través de sus comportamientos como referente de un equipo de personas.
Una organización sin valores es un barco a la deriva. Una organización que dice tener valores sin ser capaz de transmitirlos entre sus directivos y equipo de colaboradores es una organización condenada a la rendición de los abusos, atropellos y en caída libre sin ningún compromiso ni reputación como marca.
Lamentablemente, en la actualidad, se han extendido los antivalores. Estamos inmersos en una especie de arsenal de armas destructivas como son la codicia, la soberbia, la envidia o el odio, a lo que deberíamos añadir las consecuencias letales que de ellos se han derivado. Todos tenemos una responsabilidad en restaurar valores que son pilares clásicos e insustituibles como la humildad, la sencillez, la sinceridad o la bondad.
Por todo ello, hablar de valores es ser capaz de tener una mirada distinta, entender una nueva manera de trabajar en el mundo de las organizaciones. Es apostar por valores como el colectivismo frente al individualismo, la transparencia a la opacidad, el rigor a la desgana y la confianza a la desconfianza.
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