La crisis derivada de la Covid-19 ha obligado a muchos líderes a tomar decisiones con una fuerte carga moral, como por ejemplo, cómo asegurar la continuidad de la empresa y a la vez minimizar el perjuicio a los trabajadores en términos de salario y puestos de trabajo.
La intensa carga moral del contexto en que vivimos ha puesto en relevancia la importancia del liderazgo ético como factor clave para mantener la satisfacción, motivación y compromiso de los trabajadores y evitar posibles comportamientos contraproductivos.
En el nuevo contexto, los líderes deben tomar decisiones no solo en base a resultados económicos, sino también en base a valores y principios éticos, situando las necesidades de las personas y de las distintas comunidades afectadas en el centro de la decisión.
No obstante, considerar el liderazgo ético bajo el prisma de la toma de decisiones y de la resolución de dilemas morales nos llevaría a una visión muy reduccionista de dicho concepto. ¿Qué más debemos esperar de un líder que ejerza un liderazgo ético? La mayoría de estudios científicos sobre este estilo de liderazgo se basan en la conceptualización de Treviño, Hartman y Brown (2000), la cual define el constructo a partir de dos dimensiones: la persona ética y el manager ético.
La persona ética es la que toma decisiones éticas, de forma objetiva y justa. Pero, además, se caracteriza por su integridad (actúa de acuerdo a sus principios y valores), por su honestidad y por ganarse la confianza de las personas (a través del respeto y el cumplimiento sistemático de los compromisos). La persona ética demuestra una preocupación genuina por los demás, está atenta a las necesidades de sus colaboradores de forma altruista y comparte con ellos información de forma abierta. Sin duda, asumir decisiones éticas, justas, poniendo las necesidades de las personas en el centro, es clave y necesario pero, quizás, no sea suficiente.
Mánager ético
Esta dimensión de persona ética (integridad, conducta apropiada, preocupación por las personas, y toma de decisiones éticas) es compartida por otros estilos de liderazgo, como el liderazgo transformacional o el liderazgo auténtico. La diferencia pues entre el liderazgo ético y estas otras formas de liderazgo subyace en la segunda dimension: el manager ético.
El manager ético hace que la conducta ética sea también una prioridad para el resto de la organización. Por ello, se asegura de que todos los miembros de la organización entiendan y actúen de acuerdo a los valores y principios éticos (que normalmente quedan recogidos en un código ético de la empresa). Y para asegurar su cumplimiento, el manager ético implementa mecanismos de control, habilita canales de denuncia anónimos y promueve una cultura en la que la gente siente que puede comunicarse de forma abierta y segura. Procura también de que la toma de decisión en los procesos de gestión de talento (selección, promoción, evaluación del rendimiento) tenga en cuenta, entre otros criterios, los valores y principios éticos.
Además, el manager ético se comporta como un modelo a seguir, actuando de forma visible exactamente como él o ella desearía que su equipo lo hiciera. El “yo no soy responsable porque no estaba al corriente de esta mal praxis” no entra en los esquemas mentales del manager ético, puesto que no siente que la falta de información sea eximitoria de su responsabilidad.
Ejercer un liderazgo ético fuerte presenta pues un doble reto, ser una persona ética y a la vez ser un manager ético. No solo hay que ser, sino que hay que hacer que los otros también sean. Y es que el esfuerzo por ser un líder ético tiene recompensa. Numerosos estudios científicos revelan que el liderazgo ético tiene un impacto positivo en la satisfacción, motivación y compromiso de los trabajadores hacia la empresa. Los trabajadores tienden a mostrar más conductas prosociales y menos conductas contraproductivas. Y todo ello redunda en un mayor rendimiento de los trabajadores y en consecuencia, en unos mejores resultados de la organización. Ejercer el liderazgo ético no obstante no tendría que justificarse por sus fines positivos (que los hay) sino porque, en definitiva, es lo éticamente correcto a hacer.
Post escrito por Ferran Velasco, director del Programa de Dirección General – PDG de EADA.