Rafael Sambola: “Las entidades financieras deberían focalizarse en la mejora de la eficiencia operativa”
Hace un mes los cinco grandes bancos españoles presentaban sus resultados de 2017. El beneficio neto en su conjunto ascendía a 13.439 millones de euros, un 53,5% más que en 2016, una mejora ciertamente relevante. Sin embargo, si lo relativizamos en términos de rentabilidad financiera (ROE- Return on Equity), el dato continua mostrando una cierta debilidad. Esta ratio compara el capital aportado pos sus accionistas con el beneficio neto conseguido al final del ejercicio económico. En el 2017 éste se situó porcentualmente entre el 7%- 8% de media, por debajo de lo que debería ser su óptimo.
Seguramente el lector se preguntará por qué un 7%-8% se considera un porcentaje bajo. La respuesta es que esta ratio debería compararse con el rendimiento que realmente espera el accionista por el riesgo que asume al invertir su dinero en este negocio. En el caso que nos ocupa, esta rentabilidad objetivo se situó en un porcentaje del 11% (como media de los cinco bancos españoles más importantes).
En este contexto, la rentabilidad aparece de nuevo como un reto recurrente de las entidades de crédito. Son varias las variables que la presionan a la baja, tanto en las entidades españolas como en las europeas. En primer lugar, y sin querer establecer un orden que establezca la importancia de la variable, está el impacto negativo que supone la morosidad bancaria. A pesar del gran esfuerzo de la banca para reducirla, se estima que aún existe una bolsa de crédito dudoso (NPL- Non Performing Loans) en torno a los 97 mil millones de euros, representando una tasa de morosidad del 7,79% a finales del 2017. Del mismo modo, ejercen un impacto negativo todos aquellos activos que emergen en el balance, que no generan productividad, que consumen financiación y originan costes. Prueba de ello son los bienes adjudicados por impago de deudas, los créditos dañados que han sido refinanciados, el fondo de comercio o los activos fiscales diferidos.
En segundo lugar, cabría destacar los bajos tipos de interés que afectan negativamente a los márgenes de intermediación. Se trata de una derivación no controlable por parte de la banca, que se intenta compensar con la oferta de nuevos servicios bancarios y con el cobro de comisiones.
En tercer lugar está la disminución del volumen de negocio debido al desendeudamiento paulatino del sector privado. El nuevo crédito aumenta, pero en menor proporción a la amortización y cancelación de la deuda antigua.
Por último están los requerimientos regulatorios de capital, que en Europa se han incrementado en más de 234 mil millones de euros. Este aumento es el origen de que el ROE haya perdido en estos últimos años entre 1,8 y 1,5 puntos porcentuales.
Por todo ello, nos encontramos en un momento de transformación de la actividad bancaria. No es ningún secreto que el sector se mueve actualmente en un escenario dominado por los bajos tipos de interés, pero también por la irrupción de nuevos competidores y por el exceso de regulación. En este contexto tan complejo, y a la espera de las decisiones que pueda tomar en el futuro el BCE, las entidades de financieras deberían continuar focalizándose de forma intensiva en la mejora de su eficiencia operativa. Y esto pasa por adaptar su modelo de negocio a este entorno tan complejo. La digitalización de los procesos y de la relación con sus clientes, las fusión por absorción de aquellas que son menos eficientes y, también, la exploración y adaptación a las nuevas tecnologías –como, por ejemplo, el blokchain– son patrones ineludibles para optimizar su ratio de rentabilidad.
Post escrito por Rafael Sambola, profesor de Finanzas de EADA.