Emma de Llanos
Directora del Master Ejecutivo en Dirección de RR.HH, y de los programas HR Business Partner, y Gestión de RRHH en EADA.
Profesora del área de Dirección de Personas de EADA
Uno de los principales retos que tienen los jóvenes actualmente es ser reconocidos como profesionales capaces de aportar los conocimientos que hayan adquirido a lo largo de su formación y mostrar la disposición adecuada para seguir aprendiendo. Pero no lo tienen fácil, pues son muchos los prejuicios que existen acerca de la juventud, de la misma forma que existen claros prejuicios acerca de las personas mayores de 50 años. Y no sólo en el seno de las organizaciones, pues estos paradigmas configuran nuestro pensamiento colectivo. De los mayores se dice que no se suman a los cambios, y de los jóvenes que no tienen compromiso hacia la empresa, además de presuponer que poco pueden aportar.
Reconocer y salvar estos modelos mentales que tienen un impacto importante en la gestión de personas es clave si queremos aprovechar en sentido positivo el potencial y bagaje de unos y de otros. Y uno de los principales mecanismos que disponemos para ello es la formación.
Formar para aprender a trabajar y gestionar la diversidad generacional, y formar para que el individuo tenga la apertura necesaria para aprovechar al máximo las diferentes oportunidades que le brinda su entorno.
Desde las instituciones que nos dedicamos a la formación de directivos, tenemos la responsabilidad de crear los escenarios de aprendizaje adecuados para que las personas, ya sean jóvenes o no, desarrollen al máximo sus capacidades, y eso pasa por tomar conciencia de sus propios recursos personales además de ser capaces de definir objetivos claros de aprendizaje. Pensar en uno mismo pero menos en sí mismo es condición sine quanon para que los participantes aprovechen los diferentes recursos que se ponen a su disposición en un programa de formación.
Las falsas expectativas que se generan especialmente en los jóvenes de promoción rápida y directa a raíz de realizar un programa en una escuela de negocios, alimentan actitudes de prepotencia que poco ayudan al ejercicio profesional y merman claramente la credibilidad personal, pues tienen un impacto negativo no sólo en las relaciones dentro de las compañías, sino en el propio programa .
Creo que si hay algo que debería estar presente en la formación para jóvenes es ayudarles a desarrollar las habilidades que les permita moverse de forma adecuada en la organización, promover las actitudes necesarias para que el aprendizaje continuo se convierta en un hábito más allá del programa que realicen, así como ofrecerles las herramientas y los conocimientos necesarios que les capacite para abordar proyectos en su área de especialidad.
En definitiva, una formación profesionalizadora que les aporte una mirada realista del día a día en el mundo de trabajo a la vez que les ayude a enfocarse a sus metas y aspiraciones y, porque no, ambiciones de futuro. Una cosa no está reñida con la otra.