Jordi Carenys es Doctor en Dirección y Administración de Empresas por la UPF y profesor de Finanzas y control de gestión en EADA
La Compañía de Jesús fue fundada por San Ignacio de Loyola en Roma en 1539, y antes de 50 años ya integraba 13.000 miembros y se había expandido a países tan lejanos como India, China o Japón. La expansión y el crecimiento de la Orden no habría sido posible sin disponer de sólidos mecanismos de control de sus miembros, que asegurasen la consistencia de su comportamiento con los objetivos de la Orden. Una pieza central del sistema de control de la Compañía de Jesús era la llamada “Contabilidad de los Pecados”. En el momento de su entrada en la Compañía, cada novicio era requerido a formular un “balance moral” de su vida anterior, a partir de un autoexamen de consciencia (véase a Robert de Niro, en la película “La Misión”). A partir de dicho “balance moral” inicial, y hasta el fin de sus días, el nuevo jesuita era requerido a llevar un registro diario de todos sus pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión. Aunque el libro de contabilidad de los pecados era personal de cada miembro, había que mantenerlo al día y debía ser mostrado a los superiores de la Compañía siempre que fuese requerido, forzando así a los miembros de la Orden a una auto-evaluación permanente de la adecuación de su comportamiento a los valores y misión de la Compañía. ¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros? ¿Qué lección podemos aprender?
Si saltamos al siglo XXI, los escándalos de corrupción se han convertido en uno de los grandes pecados de nuestro tiempo, provocando un gravísimo daño a la credibilidad de las instituciones tanto públicas como privadas. Las más altas instituciones del Estado, partidos políticos, administraciones públicas, entidades financieras, empresas… casi nadie parece librarse…
Ante esta avalancha de escándalos bochornosos, se ha alzado desde distintos ámbitos de la sociedad la demanda de unos mejores mecanismos de control para evitar este latrocinio permanente que sufrimos. Muchas de las propuestas que se han puesto sobre la mesa a través de la Ley de Transparencia que se está tramitando, se orientan a mejorar los mecanismos de control interno para asegurar la custodia de los activos y la fiabilidad de los registros contables de las organizaciones públicas y privadas. La tabla 1 resume los principales mecanismos de control interno que en general se aceptan como best practices.
A pesar de su disparidad, todos estos mecanismos de control interno que se presentan en la tabla 1, comparten un aspecto común, establecen una separación entre “controlador” y “controlado”, y sitúan la mayor carga de responsabilidad en evitar “el pecado” sobre el “controlador” (que pasa a ser una especie de cazador de “pecados”) y hasta cierto punto, eximen de su responsabilidad personal y moral al “controlado”. Se concluye por tanto, que cuando se destapa un escándalo, la “culpa” es del “controlador” que ha fallado, ya que debería haberlo evitado, más que del “controlado”, que es quien lo ha provocado. Sin negar la importancia de que todas las organizaciones necesitan disponer de mecanismos de control bien definidos, es un error confiar que estos mecanismos formales por si solos van a evitar el pecado de la corrupción…ya se sabe que ”feta la llei, feta la trampa”.
Si sólo nos centramos en aspectos formales de los sistemas de control interno, corremos el riesgo de ignorar la responsabilidad moral del “controlado”. Muchas de las propuestas, necesarias y bienintencionadas de reforzar los mecanismos de control formales, no toman en cuenta la importancia del auto-control individual y de la responsabilidad personal a nivel moral y ético que todos hemos de asumir en nuestras decisiones. ¿O acaso pensamos que limitarse cumplir las normas y procedimientos formales establecidos, asegura que la actuación de las personas esté alineada con los valores que como sociedad queremos defender? Es decir, que ignoran el papel crucial que la interiorización de los valores morales que deberían regir nuestra actuación a nivel personal, profesional o social. Los jesuitas lo tenían muy claro desde hace 500 años…. ¿Y si empezásemos exigir un inventario “moral” de nuestras instituciones, lideres, gobernantes y políticos? Y si empezásemos, como sociedad y como individuos, por poner al día nuestra contabilidad de los pecados? ¿O es pedir demasiado?….
QUÉ |
CÓMO Y POR QUÉ |
División de tareas |
Más de una persona involucrada en una transacción: Proporcionar una comprobación por duplicado y asegurar que la persona que controla un activo no contabiliza las transacciones de este activo. |
Autorización |
Revisión por parte de los superiores y firma de los documentos: Proporcionar una comprobación por duplicado y comprobar la autoridad para realizar una transacción. |
Manuales escritos de procedimientos |
Políticas y manuales: Proporcionar unas directrices claras sobre como deben realizarse las transacciones y como deben registrarse. |
Seguridad física |
Sistemas de seguridad: Prevenir la sustracción o deterioro de activos valiosos. |
Documentación |
Constancia escrita de todas las transacciones: Proporcionar evidencias para la auditoria y permitir la reconciliación de los datos y la verificación ex post. |
Auditoría independiente |
Comprobación independiente por parte de auditores externos: Comprobación por parte de expertos de que los procedimientos son adecuados y de que no existen irregularidades. |
Tabla 1. Mecanismos de control interno
Apreciado Jordi, Hacer viajar a los balances a través del tiempo y conectar el de los pecados con la segregtion of duties da una acertada perspectiva que ayuda a entender cuáles son los siguientes pasos que deberán acometer muchas empresas, algunas para sobrevivir. Genial. Asistí a la conferencia que C. Felber dio el 11 de abril en la UB sobre su teoría del Bien Común. Digna de mezclar con tu artículo. Saludos, Delfí 😉