EADA Business School destaca por su enfoque educativo holístico, que no solo se centra en el desarrollo de habilidades técnicas y de liderazgo, sino también en el crecimiento personal, emocional y social de sus participantes. Su metodología fomenta una educación integral que prepara a los futuros líderes no solo para afrontar los retos empresariales, sino para ser conscientes de su impacto en la sociedad y el medio ambiente, siempre teniendo en cuenta el por qué y para qué de las cosas.
Para no perder de vista el propósito, es fundamental que las empresas integren en su ADN tanto la faceta del ‘monje’ como la del ‘activista’ para alcanzar un desarrollo verdaderamente sostenible. Conceptos que integramos en nuestro currículum para que las personas que participan en nuestras aulas, lideren lo que verdaderamente importa.
Ahora, ¿qué significa el concepto ‘monje’ y ‘activista’? En el panorama actual, es fundamental que las empresas ‘monje’ reflexionen sobre su propósito y definan sus valores como pilares de identidad y sostenibilidad. Ahora, las empresas ‘activistas’ son aquellas que actúan con un impacto multidimensional en tres áreas clave: beneficio económico (Profit), bienestar social (People) y respeto ambiental (Planet).
Hace unos días, tuvo lugar la presentación del libro El monje y el activista de Josep M.ª Coll, una obra que invita a reflexionar sobre el desarrollo personal y a explorar el grado en el que cada individuo encarna los arquetipos del ‘monje’ y del ‘activista’. En este contexto, el ‘monje’ representa la introspección y la toma de conciencia, mientras que el ‘activista’ simboliza el compromiso con la transformación social y la mejora del mundo.
Actualmente, vivimos en un entorno BANI —frágil, ansioso, no lineal e incomprensible (Brittle, Anxious, Non-linear, Incomprehensible)—, marcado por la vulnerabilidad frente a lo caótico e impredecible. La falta de seguridad, en medio de este escenario, genera ansiedad e incertidumbre. Esta ansiedad se alimenta de la ruptura de la relación causa-efecto: hoy en día, los resultados no dependen exclusivamente de la habilidad o el conocimiento, sino de una serie de factores externos incontrolables, lo que introduce una gran no linealidad en los procesos.
Como resultado, entender la dinámica del mercado y su comportamiento se vuelve un reto, y la interpretación de un entorno tan complejo requiere herramientas como el big data, los algoritmos y la inteligencia artificial.
El ritmo de cambio en el mundo actual, caracterizado por la velocidad y la exponencialidad, ha reducido el tiempo para detenerse a reflexionar —el tiempo del ‘monje’—, cuando resulta fundamental preguntarse quiénes somos, qué hacemos y cuál es nuestro propósito. De acuerdo con el círculo de propósito de Simon Sinek, es esencial conectar con el ‘por qué’ que orienta tanto la vida como el trabajo.
La rapidez sin dirección no es eficaz ni eficiente. Para avanzar con sentido, se necesita claridad sobre el propósito individual y el de las organizaciones, de modo que la persona y la empresa alcancen un estado de armonía. Por tanto, esta pausa para definir y alinear el propósito personal y empresarial es urgente y necesaria.
Tomarse este tiempo permite también despertar al ‘activista’ en cada persona y en cada organización. Esa pausa es el impulso necesario para quienes desean contribuir a cambiar el orden de las cosas, revertir la autodestrucción ambiental y social, reducir las desigualdades y asumir una función social que trascienda el interés individual.
En muchas ocasiones, la búsqueda de una visión superficial de éxito y de logros profesionales lleva a las personas a olvidar la realización personal, la felicidad y la contribución a la sociedad. La obsesión por los objetivos económicos puede hacer que se pierda de vista la esencia del negocio y su propósito. Sin embargo, igual que los arquetipos del ‘monje’ y el ‘activista’ pueden coexistir en cada individuo, también pueden hacerlo en las organizaciones.
Hablar de empresas sostenibles implica partir de una premisa fundamental: reconocer la importancia de la autenticidad. Esto requiere evitar tanto las apariencias superficiales como el autoengaño, que buscan reemplazar el desarrollo sostenible con meras prácticas estéticas. Es necesario construir un modelo de empresa basado en valores genuinos, donde lo que se predica se practica, inspirando y guiando a todos los miembros de la organización de forma auténtica. Para ello, se necesita la introspección que aporta el ‘monje’.
A partir de esta premisa, es posible abordar las tres dimensiones de la sostenibilidad:
- Dimensión económica: Las organizaciones, a través de su actividad, deben generar beneficios económicos para sus promotores y crear un efecto multiplicador en las partes interesadas. La viabilidad económica es un pilar esencial para que la empresa pueda cumplir con su función social y contribuir al bienestar de su entorno.
- Dimensión social: ¿Hasta qué punto la empresa está comprometida con la mejora social? ¿En qué iniciativas invierte y cómo reinvierte sus logros para mejorar las condiciones y el bienestar de las personas a su alrededor? Es esencial reconocer la función de la empresa como un agente de cambio social.
- Dimensión medioambiental: Las organizaciones deben minimizar el impacto ambiental de sus actividades desde un compromiso ético y evitar prácticas de greenwashing, que son meramente cosméticas.
¿Es tu empresa más ‘monje’ o ‘activista’? Tu respuesta es una invitación a la reflexión… y a la acción.
Martín Vivancos, Director de los programas Master Ejecutivo de Dirección de Marketing y Comercial y el Postgrado en Marketing – Product Manager de EADA.