Hace unos años tuve el privilegio de ser alumno de un vecino de Mediona: Josep Maria Esquirol, Catedrático de Filosofía por la UB, premio nacional de ensayo y uno de los referentes en pensamiento contemporáneo. En sus clases explica que para entender y aplicar conceptos amplios o complejos, en vez de hacer una definición única, es más recomendable hacer una descripción a partir de lo que no es. En su opinión, una definición única limita y encorseta.
Siguiendo este razonamiento, no les diré cómo deberían desarrollar un plan estratégico de éxito ya que, por muy amplio que fuera, siempre estaría incompleto y, posiblemente, no sería aplicable a todas las industrias. Les propongo cinco acciones que, de llevarlas a cabo, aumentarían las probabilidades de que nuestro proyecto sea un fracaso:
1. No dedicarle tiempo al futuro. La dirección es la responsable de la cuenta de explotación actual pero también de la del futuro. Gestionar el día a día genera satisfacciones inmediatas, se convierte en algo adictivo. Hay que salir del despacho, hablar con clientes, competidores, asociaciones, leer y formarse para intentar averiguar cómo será el negocio en unos años y preparar a la empresa para este reto. Preguntas que pueden ayudarnos: ¿De dónde vendrán los ingresos dentro de 5 años? ¿Cuáles serán las principales tendencias que vendrán? ¿Cómo serán los clientes? ¿Cómo serán los competidores? ¿Habrá nuevos competidores?
2. No tener en cuenta la tecnología. Sin duda, las nuevas tecnologías han contribuido a que las empresas sean más competitivas. Por tanto, no hacerse preguntas sobre la tecnología y el impacto que puede tener en el negocio pone seriamente en peligro la supervivencia del proyecto a largo plazo. En este caso, algunas preguntas que podemos formularnos serían: ¿Qué conocimientos tenemos acerca de las nuevas tecnologías, aunque no seamos expertos? ¿Qué provecho podemos sacar de tecnologías como Blockchain, IoT, Big Data, IA o realidad virtual aumentada para potenciar nuestro negocio? ¿Cómo estas tecnologías van a cambiar el mercado en el que operamos?
3. No saber renunciar. La estrategia es un ejercicio de renuncia dado que todas las organizaciones tenemos recursos escasos (tiempo, dinero, personas…). La escasez nos debe ayudar a ser más eficientes y eficaces, es decir, saber dónde poner nuestros recursos. Algunas preguntas que deberíamos plantearnos al respecto: ¿Cuáles son los mercados donde pondremos el foco? ¿Cuáles son y serán los productos/servicios prioritarios que ofreceremos en el futuro? ¿Qué dejaremos de ofrecer?
4. No formarse. Las competencias o conocimientos que nos han hecho llegar al momento actual quizás no sean suficientes para alcanzar los objetivos del futuro. Necesitaremos aprender nuevas competencias y nuevos conocimientos que nos ayuden a ser mejores. El foro de Davos ha definido cuáles serán las competencias más relevantes en el horizonte 2025. Entre las más importantes destacan cinco: pensamiento estratégico, resolución de problemas complejos, pensamiento crítico, toma de decisiones y comunicación eficaz. ¿Nos hemos formado en estas nuevas competencias? ¿Estaremos preparados por las nuevas generaciones que se incorporan al mundo laboral?
5. No implicar al equipo. La implicación en la visión de la empresa de las personas y equipos es imprescindible para alcanzar los objetivos deseados. Pero, ¿nuestros equipos saben dónde queremos ir? ¿Están suficientemente preparados e implicados para la consecución de los objetivos estratégicos de la organización?
Todos estos puntos son importantes aunque, en mi opinión, la parte de las personas quizás sea la más compleja y, al mismo tiempo, la más retadora. Como dice un dicho africano “Si quieres ir rápido ve solo, si quieres llegar lejos ve con compañía”.
Post escrito por Víctor Moliner, Director de EADA Corporate.