Bajo cualquier indicador estadístico que se quiera escoger –PIB por cápita, ingresos disponibles, esperanza de vida, malnutrición, etc. – la gran mayoría de la gente en el planeta vive “mejor” en 2022 que hace 100 años – ni que decir de periodos anteriores de la historia. Así, la globalización económica, con todas sus sombras, debe ser entendida como un éxito de la humanidad en su conjunto.
Los expertos indican que, a nivel global, el crecimiento económico de India y China que ha resultado de esta globalización ha reducido la desigualdad económica que existía anteriormente entre los países de Occidente y el resto del mundo. Por ejemplo, el economista Branko Milanovic muestra en su “gráfica del elefante” el cambio en ingresos disponibles en los diferentes percentiles de la población mundial, en el que podemos observar la aparición de una nueva “clase media” global –centrada mayormente en Asia– durante el periodo 1988 a 2008 (Global Income Inequality by the Numbers : In History and Now). Milanovic constata que el crecimiento de esta nueva “clase media” ha continuado desde el 2008 hasta nuestros días.
Sin embargo, somos cada vez más conscientes de que este proceso ha tenido claros ganadores y perdedores. Es evidente que no son solo las nuevas clases medias en Asia las que se han beneficiado, sino también el 1% de la población, que tiene más riqueza (que, además, ya partía de una base mucho más alta.) Pero también es cierto que aquellos grupos de población situados entre el 80% y el 85% con mayor renta disponible –mayormente en países “desarrollados”– no han visto incrementar sus recursos en los últimos años y, en algunos casos, han visto como decrecía.
Ganadores y perdedores de la globalización
Dado que estos grupos están ya entre los más “ricos” del planeta, ¿por qué deberíamos preocuparnos por ellos? Es en la respuesta a esta pregunta cuando empiezan a surgir algunas de las consecuencias inesperadas y dilemas a los que debemos enfrentarnos, y que añaden complejidad a una situación global ya frágil. ¿Quiénes son este grupo de población y por qué es tan significativa su problemática? Este grupo se compone mayoritariamente de las clases trabajadoras y medias-bajas de los países desarrollados (España entre ellos). Como muy bien explican Anthea Roberts y Nicholas Lamp en su reciente libro Six Faces of Globalization, la percepción entre estos grupos de que la globalización no ha redundado en su beneficio, sino solo en el de “otros” grupos, se encuentra en la raíz de discursos críticos con la globalización que presentan significados retos a la continuidad de este proceso.
Por un lado, cuando el foco se pone en el enorme crecimiento de la riqueza de la población con mayores recursos (el 5% más rico a nivel global), los “perdedores” de la globalización toman conciencia de cómo las políticas fiscales de las últimas décadas se han inclinado a favor de las personas con más ingresos y capital (así lo expone Thomas Piketty en su tesis El capital en el siglo XXI), y de cómo la ingente concentración ha creado empresas demasiado grandes para quebrar (Too big to fail) y con la capacidad de exigir de los gobiernos subvenciones y desgravaciones fiscales importantes bajo la amenaza de la deslocalización de la producción.
Por el contrario, cuando el foco de este descontento se pone en el crecimiento de la renta de los trabajadores de países asiáticos (la nueva clase media a la que hacíamos referencia anteriormente), como consecuencia de la deslocalización de la producción, el discurso fácilmente toma tonos xenofóbicos y nacionalistas, buscando soluciones en distintos modelos proteccionistas o contrarios al libre comercio –como hemos visto recientemente en el triunfo de Donald Trump en EE.UU. o detrás del “Brexit” en el Reino Unido (aunque la retórica superficial de este último aparente otra cosa).
Y entre estos dos discursos topamos con el principal dilema de la desigualdad en el siglo XXI: las políticas que más igualdad han generado a nivel global – principalmente la deslocalización de empresas a países con rentas per cápita muy bajas – son las mismas que con frecuencia generan desigualdad a nivel local. Cualquier movimiento para mejorar la desigualdad en los países desarrollados será con toda probabilidad a costa de una mayor desigualdad con los países en vías de desarrollo.
En efecto, las clases trabajadoras de los países de la OCDE han sido los principales contribuyentes al crecimiento de las clases trabajadoras de los países en vías de desarrollo, en un experimento de “degrowth” (decrecimiento) forzado que, gracias a la creciente virtualización del trabajo, pronto puede incluir a las clases medias de países desarrollados. Huelga repetir que estas políticas también han beneficiado enormemente al 5% de la población mundial con mayor riqueza acumulada, y especialmente al 0,1% que más capital acumula.
Un dilema moral
En este experimento, volvemos a encontrar los mismos dilemas morales que observamos cuando hablamos de “huella ecológica” o “huella de carbono” de los ciudadanos –en que la necesidad de mejorar las condiciones de vida del 80% de la humanidad que vive en países con economías emergentes exige que aquellos que vivimos en países desarrollados reduzcamos de forma dramática nuestro propio consumo–. La dureza del reto que afrontamos colectivamente no puede ser infravalorada, pero es necesario preguntarse si existe un grupo social que se autoexime de los sacrificios y las responsabilidades que éste implica –trasladando el peso a grupos en situaciones sociales más precarias.
En el estudio Fighting Climate Change: International Attitudes Toward Climate Policies, la economista de Harvard Stefanie Stantcheva y sus colegas han demostrado que las políticas medioambientales necesarias para conseguir los objetivos de París –el famoso “Net Zero”– son evaluadas por los ciudadanos en función de tres criterios:
1) ¿Son eficaces para reducir las emisiones?
2) ¿Dañarán las finanzas de mi familia?
3) ¿Perjudicarán a los pobres y gente con bajos ingresos?
Más allá de las dificultades implícitas en el primer criterio, cuadrar los criterios 2 y 3 es el principal reto de cualquier propuesta.
Post escrito por Ramon Noguera, Director Académico de EADA Business School.