Las personas son unos de los principales activos de una compañía. Suena lo mismo que decir que “lo más importante para la empresa es la satisfacción nuestros clientes”. Es decir, verdades incuestionables pero que no son tan evidentes cuando observamos las prácticas empresariales. De hecho, con demasiada frecuencia suena a una cierta hipocresía en la medida que “no se hace lo que se predica”.
Cualquier director reconoce que la gestión de las personas es uno de los cometidos más complejos de su función gerencial. Y aunque no quede bien reconocerlo, muchos directivos siguen teniendo una mentalidad taylorista en la que las personas son “una variable de conflicto” pero necesaria. Si no fuera así estarían mucho más extendidas auténticas políticas de gestión del talento en las empresas. Si no fuera así se reconocería que el equipo de una empresa es una potencial ventaja competitiva a desarrollar. Si no fuera así se reflexionaría sobre los altos índices de rotación de personal de determinadas organizaciones. Si no fuera así, se creería que el talento hay que cultivarlo y se entendería que la formación y el desarrollo del mismo no son un coste sino una inversión.
A un directivo se le paga y valora por tomar decisiones. De hecho por el éxito de sus decisiones. En la actualidad no únicamente estamos afectados por la llamada “transformación digital”. No es la única transformación que está llamando a la puerta de nuestros días. Cabe tener presente la exigencia de una verdadera transformación de la forma de dirigir las organizaciones, y de forma especial, las personas que las componen y el talento que depositan.
Ya hay una generación de nuevos profesionales comprometidos a no trabajar para empresas no sostenibles. Ya hay una generación de nuevos consumidores dispuestos a no consumir productos de empresas cuyas prácticas no se hallen alineadas con valores de sostenibilidad.
En este punto, clientes y personal se han puesto de acuerdo. El talento y los consumidores se irán a otras empresas si no se sienten apreciados, si sus opiniones no se escuchan y si no se sienten identificados con los valores de la compañía.
La transformación digital es un cambio producto de la aplicación de las nuevas tecnologías pero cuya finalidad tiene una dimensión humana que no se debe de olvidar. Estamos en unos claros momentos de cambio donde al rol directivo se le exige una capacidad de liderazgo, reflejada en su ejemplaridad y en los valores que manifiesta. Si no es así, será verdad que las personas no se marchan de las empresas sino que abandonan a sus jefes. Y si se marcha el talento ¿Qué se espera que hagan los clientes?
Post escrito por Martín Vivancos, director del Master en Dirección de Marketing y Comercial de EADA.
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Si, es cierto: yo personalmente me fuy de varias empresas por la “culpa” de los jefes. Y los clientes se vinieron conmigo… Muy bueno el articulo. Gracias por compartirlo!
Gracias a ti Paul. Nos alegra que te parezca interesante el artículo. Saludos!