Desarrollo económico: Causas históricas
A partir de los setenta se empieza a cuestionar el crecimiento excesivo y descontrolado. Sin embargo, 40 años después seguimos enredados en el mismo dilema: nos es fácil medir la producción de un valor positivo multiplicando el número de unidades vendidas por su precio en el mercado, pero nos cuesta calcular el valor negativo generado por esta producción.
¿A qué se debe esta cultura del desarrollo a ultranza, esta focalización sobre la producción de bienes y servicios y esta ceguera sobre los efectos colaterales, sobre la degradación de la naturaleza y la reducción de recursos finitos En este artículo vamos a comentar algunas de las razones de esta aparente ceguera.
Antropocentrismo y deriva ecológica
Una de las principales raíces de la deriva ecológica actual se gesta hace 2.000 años con el advenimiento del Cristianismo, una religión antropocéntrica que desacraliza la naturaleza al crear un ser a imagen y semejanza de Dios destinado a reinar sobre el planeta. En los textos bíblicos Dios hace al hombre dominador de la tierra y de los seres que la habitan. Ello supone una ruptura con la Antigüedad en donde cada árbol, río y montaña formaban parte de la espiritualidad del ser humano. Esta visión se expande con la instauración del Cristianismo como religión dominante en Occidente y se exacerba en el siglo XVIII en el que la razón y la ciencia iluminan la humanidad.
Durante el siglo XVIII la racionalidad se identifica con la masculinidad. Se asume la superioridad del razonamiento masculino sobre las emociones y los sentimientos femeninos. Atrapado por la racionalidad que se consideraba la fuente del mundo civilizado, el varón se otorga el privilegio de ser la única fuente de conocimiento distanciándose de la naturaleza a la que considera un mero recurso a su servicio. Esta percepción del papel del ser humano y la subordinación del resto de los seres naturales servirá de excelente caldo de cultivo en el que se asentará la Revolución Industrial que con el cambio del modelo productivo consolida la ruptura con la naturaleza.
Industrialización y orden social
Otro elemento que define la pasión por la producción, el consumo y el crecimiento, es la creciente necesidad de establecer un nuevo orden social. La Revolución Francesa acaba con el antiguo orden, cuestionando las relaciones entre los tradicionales estratos de la sociedad.
En paralelo, la Revolución Industrial satisface la necesidad de crecer a través del uso de las nuevas tecnologías separando el hogar del lugar de trabajo, permitiendo aumentar la productividad, consolidando la dependencia de los individuos en base a las leyes del mercado y haciendo que la autoproducción, que había sido el modelo productivo durante siglos, se convierta en una actividad marginal. El trabajo libre tiende a desaparecer obligando a los que carecen de habilidades específicas y únicamente poseen su fuerza de trabajo a venderla al precio que el mercado considere pertinente.
El establecimiento de un orden a través del sistema productivo es la mejor manera de establecer las reglas del nuevo juego. La producción se convierte en una fuente de relaciones y lazos sociales. Cuanto más se produzca y mayor sea el intercambio de productos y servicios, más sólidos serán los ligámenes sociales entre los diferentes actores, más estrechas serán las relaciones entre los nuevos grupos de interés, mayor será el control sobre la sociedad a través del nuevo modelo productivo y las nuevas organizaciones.
La producción se convierte en una fuente de relaciones y lazos sociales
Este nuevo papel de la producción y el intercambio de productos y servicios aleja cada vez más a los humanos de la naturaleza, que deja de tener valor o tiene el valor que subjetivamente le atribuimos, ignorando de una manera sistemática los desgastes producidos por el crecimiento en nuestro entorno .
Crecimiento y desigualdad económica
La teoría clásica del comercio internacional afirma que el comercio es un factor fundamental de crecimiento que genera un mayor nivel de bienestar económico a las naciones que participan en él. Sus propuestas iniciales forman la base de la literatura actual sobre las bondades del libre comercio, la internacionalización y la globalización.
Para sus críticos, una de las caras más oscuras del modelo de comercio internacional son las desigualdades económicas y el impacto medioambiental que ha generado históricamente. Uno de los objetivos del libre comercio ha sido el sometimiento de las naciones más pobres al dominio de las más avanzadas a través de su control sobre la producción, el comercio y la navegación.
Aunque Gran Bretaña y los EE.UU. presuman de haber sido históricamente los adalides del libre comercio lo han sido únicamente cuando les ha favorecido. Durante mucho tiempo fueron los países más proteccionistas del mundo. Una vez la superioridad tecnológica los hizo inmunes a la competencia internacional, decidieron abrazar el mantra del libre comercio. Al mismo tiempo que se convertían al libre comercio, las naciones avanzadas retrasaban el desarrollo industrial de sus colonias impidiéndoles las actividades productivas de mayor valor añadido e introduciendo tarifas excesivas a los productos que podían competir con los suyos y subvencionando en paralelo a sus propias industrias.
Uno de los objetivos del libre comercio ha sido el sometimiento de las naciones más pobres al dominio de las más avanzadas a través de su control sobre la producción, el comercio y la navegación
Para los adalides del comercio internacional , éste beneficia a todos los países. Es cierto que en épocas de mayor actividad comercial, los aumentos en el comercio internacional se corresponden con aumentos en el PIB. En el caso de los países en vías de desarrollo a mayor exportación de materias primas –petróleo, minerales, productos agrícolas– , mayor actividad productiva, mayor renta, mayor consumo, mayor importación de bienes de equipo y de consumo. A primera vista la lectura es positiva. El comercio internacional beneficia tanto a los países desarrollados como a los países en vías de desarrollo.
La pregunta que nos deberíamos hacer es si esta bonanza beneficia de igual manera a todos los países y si se producen grandes disparidades entre los países en vías de desarrollo. Los datos nos confirman que África, el continente que históricamente ha acumulado un mayor número de países pobres, pasó de suponer porcentualmente el 5.6% de las exportaciones globales en 1960 al 2,1% 40 años después. En el 2013 alcanzó el 3% debido , sobre todo, a las exportaciones de petróleo y minerales de unos pocos países, pero todavía muy por debajo del 5,6% de 1960.
A pesar del incremento en el comercio internacional, no todos los países se han beneficiado de la misma manera
También el peso de América Latina y de Europa del Este ha disminuido proporcionalmente a costa del incremento del comercio internacional por parte de China y el mantenimiento del de los países desarrollados. O sea que a pesar del incremento en el comercio internacional, no todos los países se han beneficiado igualmente. En el caso de los países africanos su marginalización se debe también a la volatilidad de los precios, sobre todo, de los productos agrícolas y a su limitada diversificación de la oferta. Sus exportaciones se concentran en unos pocos productos –agrícolas, minerales– en los que la mayor parte del valor creado se acumula en las etapas intermedias y finales de la cadena de valor, localizadas, a menudo, en los países avanzados.
La liberalización del comercio no sólo ha creado estas disparidades entre el crecimiento de los países desarrollados y en vías de desarrollo, también ha generado otros problemas como el incremento de la presión presupuestaria de los gobiernos de los países en vías de desarrollo a causa de la reducción de los ingresos provenientes de las tarifas arancelarias impuestas por los países desarrollados.
Artículo escrito por Lluís Torras, profesor de Política de Empresa de EADA.